LIBROS DE BAENENSES. ANTONIO BERMÚDEZ CAÑETE.

Con motivo del Día Internacional del Libro, que se celebra el 23 de abril, recomendaremos una serie de libros de autores baenenses en los próximos días y extraeremos un texto del mismo. El primero que seleccionamos es “Antonio Bermúdez Cañete. Periodista, Economista, Político”, publicado por la Editorial Actas en 2008 y que es un análisis biográfico de varios profesores universitarios sobre el intelectual baenense fallecido en 1936. El texto que hemos seleccionado es una reflexión sobre la situación de la juventud en los años veinte del pasado siglo, tomando como referencia Baena. Es un artículo que publicó Antonio Bermúdez Cañete en enero de 1928 en el periódico ‘El Debate’.

“Hacia la reforma de nuestra Universidad. La selección de la juventud
En varios Tratados extranjeros y en algunos trabajillos míos está ya expuesto un principio, aunque elemental, olvidado. Todo periodo de acumulación de riqueza —de engrandecimiento económico— va seguido de un robustecimiento intelectual: Esto se entrevé en Oriente y Grecia, se aprecia claramente en el renacimiento italiano y hoy se está verificando en Norte y aun Suramérica. La razón es fácil, casi obvia. La riqueza acumulada queda —por desgracia— más concentrada en algunas, privilegiadas manos. Éstas, mejor dicho, los hijos de éstas, encuéntranse en una ociosidad que les lleva a concentrarse en su inteligencia, a discurrir, a amar el lujo y el pensar. La ciencia y el arte son las manifestaciones necesarias de aquella regalada interior actividad: la civilización es un artículo de lujo.
La desigual distribución de la riqueza, que socialmente irrita, deberá, pues, excusarse en nombre del espíritu, por el perfeccionamiento que a éste trae. Lo malo es contemplar una riqueza socialmente peligrosa, y que, no obstante, casi nada aporta al progreso científico —técnico después y al fin económico— de la nación. Tal me parece a mí el caso de buena parte de España. Como quisiera equivocarme, aquí van mis razones o pruebas que están deseando refutación.
De la Europa, donde la juventud burguesa —y aun la proletaria que puede— va a la Universidad o Escuela Superior, ávida de aprender a investigar para producir algo nuevo en la ciencia pura o en la aplicación técnica, yo he venido a pasar la Navidad fraterna a mi pueblo —grande y rico— en la luminosa Andalucía. Sin quererlo yo, me he puesto a mirar y pensar en la formación y selección de su juventud. Verás, lector, lo que he sacado.
En estos pueblos la única fuente apreciable de riqueza es la agricultura. La tierra, por desgracia de pretéritas donaciones reales y por obra de la desamortización, encuéntrase desigualmente —muy desigualmente— distribuida. Las tierras que no pertenecen al gran terrateniente son propiedad —en pueblos de 15 a 20.000 almas— de unas 40 a 100 personas. Éstas poseen cuatro quintos de todo el término. El resto se divide en diminutas “hazas” que producen a sus poseedores… el espiritual placer de llamarse propietarios. Ni estos jornaleros de hecho, ni la intermedia artesanía, cuentan con más de 3.000 pesetas anuales —¡como máximo!— de ingresos. Los propietarios o —arrendadores de las grandes propiedades— poseen una renta —¡como mínimo! — de unas 15.000 pesetas. Dos tercios de ellos ganan al año de 65.000 a 150.000 pesetas.
Los hijos de esta burguesía, parece natural que, teniendo asegurado su ordinario sustento, fuesen a la Escuela Superior con propósito de, o bien dedicarse a la ciencia pura, o bien aprender técnica agrícola. ¿Ocurre esto en realidad?
El niño rico se “educa” —sin excepción— por manos mercenarias y en internados. Aunque, gracias a Dios, predominan los ejemplarmente dirigidos por religiosos, hay muchos organizados como negocio. Desde el colegio el niño empieza a oír unas palabras que van adquiriendo categoría de evangelio. “¡Hay que colocarse!”, se le dice en su casa, se repite entre amigos y se impone en la práctica. “Hay que colocarse” porque colocarse significa un “sueldo”, no pingüe pero seguro, un trabajo de pocas horas y amplios permisos, una buena novia, una prominencia social. “Hay que colocarse dentro del Estado”, que no se queja; que apenas si exige, que se deja engañar y que nunca engaña en sus promesas y en sus pagas. El muchacho listo, el de las “matrículas”, ése será el que vaya a la notaría, al registro, a la ingeniería oficinesca del Estado. En pos de él camina una mayoría de “muchachos aplicados”, que, aunque no se hacen abogados en dos años, consiguen sacar su “carrera”. Éstos se contentan con alguna “colocación” de segundo orden en la aristócrata burocracia nacional.
Muchos de ellos no pueden, sin embargo, “sacar la oposición”: “han estudiado” pero se “azaran” ante el tribunal. Algunos, antes de la oposición, hacen el descubrimiento de que con el mucho estudiar les duele la cabeza. Total, no queda más recurso que volver al pueblo y “dedicarse a la labor” (la agricultura). Junto a este grupo, quedó aún una minoría incompatible con el estudio; de los que no pudieron “ni aun ser abogados”. A esos menos, con las consiguientes y muy honrosas excepciones, está encomendada la tarea de la producción nacional, y España, que es por ahora y prominentemente un país agrícola, tiene una mayoría de “empresarios” agrícolas sin formación superior o con la formación jurídica de las Facultades de Derecho.
Si yo no me equivoco, en España se está verificando continuamente una diferenciación de su juventud con arreglo al siguiente plan, expuesto, claro es, en términos muy generales: “Los aptos, los aplicados, a hacer oposiciones; los menos aptos, dedicados a la creadora tarea del producir”. ¿Adónde iremos por tal camino?”.

Libros de baenenses A Bermdez C

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