EL ANFITEATRO

Estaba sobre Torreparedones y solo pretendía investigar un mundo que aún no conocía. Sabía lo que decían las piedras que iban apareciendo tras las cortinas de tierra arcillosa. Necesitaba averiguar lo que pensaban y deseaban quienes allí habían vivido, lo que les importaba. Quería conocerlo todo, los límites de Ituci Virtus Julia, que daban sombra a sus cuadernos de investigación. Luchas y muertes, batallas y destrucción.

Quería saber por dónde estaban las huellas del carro en la tierra. Se decía: «No tiene sentido encontrar piedras sin darle sentido a sus vidas”. “Quizás no en su conjunto ni en lo definitivo, pero sí, al menos, a una parte de aquellos testigos”.

Hacia el Este se observaba Alcaudete y hacia el Oeste se apretaban las señales de la expansión de Ituci. Tras las imágenes detectoras tuvo la ilusión de estar ante edificio desconocido, ante un anfiteatro con sus luces de aceite apagadas, mientras la suerte de los gladiadores, callada pero para él despierta, se movía bajo las incipientes estrellas.

Se aposentó cerca del templo y contempló cómo los itucitanos se hacían más numerosos, más destacados y descendían desde lo alto hacia el espectáculo vociferantes. Había puertas de mármol y sobre las cabezas de aquella multitud alzábanse estandartes nerviosos y basculantes. Hasta el Foro llegaba el griterío.

El arqueólogo descendió con ellos y se dejó arrastrar por la multitud que lo absorbió como hace el río Guadajoz cuando cae una gota de agua sobre su lecho. Sonaba dinero a las puertas del anfiteatro, ofrecido para ver el espectáculo.

Dios se había marchado de Ituci pero vinieron los arqueólogos como profetas para arrancar a Torreparedones su sabiduría y a devolverle su futuro.

Prefirió quedar a las puertas del edificio, porque nunca sabe el arqueólogo cuando entra lo que va a hallar pero en Torreparedones cuando sale sabe que ha ganado la Historia.

De repente para tranquilizarse sintió la necesidad de ver el río en cuyas aguas duermen las estrellas.

Pensó que el éxito de descubrir las piedras del anfiteatro no podía ser la meta final. Debía esperar a que la aguja magnética empezase a oscilar para verificar que allí había metales de gladiadores. Veía relucir los cascos de algunos luchadores y comenzó a escuchar ladridos de perros guardianes de aquel lugar.

Tomó conciencia de seguir sentado junto al templo. Juntó sus manos inactivas entre las rodillas; el aire era todavía cálido y olía a juncos del río. El cielo era claro y tenía la suavidad de las seda. Estaba allí sentado como olivarero que contempla el olivar, escuchando sus señales, en los límites de su propiedad. Aquella imagen era propiedad ajena.

Se acerca la noche, sintió frío, se levantó e imaginó que el anfiteatro era un convidado del Salsum. Y dijo para sí : “¿será un convidado solo de piedra?”.

José Javier Rodríguez Alcaide
Dedicado a los arqueólogos que trabajan en Torreparedones.

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  Fotografía: Tres esculturas localizadas en Torreparedones, que han sido recientemente restauradas.

CONFERENCIA SOBRE AMADOR DE LOS RÍOS

Con motivo del Bicentenario del nacimiento de José Amador de los Ríos, mañana (17 de noviembre) se impartirá una conferencia para rememorar su importancia para la cultura. Bajo el título de «Amador de los Ríos y el reconocimiento de los judíos», la profesora María José Cano, catedrática de Estudios Hebreos y Judaicos de la Universidad de Granada, abordará la trascendencia del ilustre polígrafo baenense. Tendrá lugar en la Casa de la Cultura de Baena, a partir de las 20.00 horas.
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FANTASÍA AGRADABLE

Por José Javier RODRÍGUEZ ALCAIDE (*)

Desde el Guadajoz asciendo a Torreparedones; un viento leve y caliente viene a mi encuentro no agradeciéndolo mi cuerpo. Las líneas de la campiña son nítidas, los ocres campos luminosos ,los linderos ordenados y el cielo muy redondo y azul claro. Los colores varían de loma en loma, del llano al valle y las ruinas romanas sobre las que camino me parecen familiares y entonan con olivos y besanas.
Me pareció haber alcanzado Torreparedones guiado o por Julio Cesar o por Tiberio porque aquel,como los Pompeyo, conocía la geografía del Salsum y la de Ituci Virtus Julia. Algunos de los de esta villa hubieran querido que ganaran los Pompeyo pero no sucedió así,de modo que los adversarios, tras arruinar a Córdoba, debieron reputarlo de falso, insidioso,pobre de genio y afortunado.
En Baena no se manifiestan estúpidos rencores contra Julio Cesar ni contra Tiberio ni tampoco vanidades al descubrirse en Torreparedones la ciudad de Ituci sino un sentimiento familiar, profundo y verdadero,de complacencia por haber ganado Roma y haberse instalado secularmente aquí, pues para mi pueblo Roma lo es todo y Cesar un romano que venció a los Pompeyo.
Arriba desde el otero imagino retrospectivamente sus asedios,luchas sangrientas, la fuga y matanzas de pompeyos, la rendición de Ategua y mi corazón tumultuoso contempla la canícula , que emerge desde el Guadajoz, y alegre porque ahora no hay arcos ni flechas ni lucha. Soñé a Cesar subiendo hacia Ituci con sus cohortes, envuelto en manto de púrpura. Soñé que Roma vivía aquí y que sus gentes adquirieron gustos y acentos del Lacio y que en Ituci la locura de los dioses y la cordura de los hombres se daban la mano.
Me dije: «Volveré dentro de dos mil años y veré de nuevo la estatua de Tiberio».
¿Dormiría algunas noches en Ituci Julio Cesar?
Mis deseos fueron los de sentarme en el Foro pero el sol apremiaba mi calva y observar si cerca del promontorio entrenaba algún gladiador. Del Foro a la Curia hay que dar sólo unos pasos,sagrario de tradiciones romanas, y al Templo donde quizás entronizaron a Tiberio. Fantasía sin duda pero fantasía agradable. Cuando tu ,lector, visites Ituci jamás pensarás que estoy fantaseando,porque en ningún otro lugar pueden permanecer tan vivos Cesar o Tiberio como en Torreparedones. Vivos como emperadores que respiran, se mueven, piensan, hablan y guerrean, como si pasearan por el Foro, visitaran la Curia y planearan sus destinos. Porque un baenense en Torreparedones se coloca tan cerca de Roma como lo puedan hacer los historiadores de la Universidad de Córdoba.
Puedo imaginar a Cesar luchando contra los Pompeyo,aunque por aquí no apareciera, asediar Ategua, marchar por bosques alrededor del Salsum y avanzar a caballo,espléndido y orgulloso. Yo, desde esta Ituci, lo sueño más que hombre un dios flamígero que fulmina al enemigo desde sus ojos inflamados de púrpura y que vence al tercer toque de trompa en Ategua.
No es Ituci una villa llena de misterios y contradicciones como creen sus arqueólogos sino una retaguardia donde reposa el pálido y orgulloso Cesar ,guardián del Salsum, tras descabalgar sin estribos de su caballo antes de que colocaran en su frente la cinta sagrada de Pontifex Máximo, sin oler a bálsamo sino a arcilla mezclada con sangre y recubierto de imprecaciones.
Aquí en Ituci sueño que, tras vencer a los Pompeyo, se dedicó a purificar la República desde la sinceridad y la firmeza.
¿Qué acento, el de Cesar, lo diferenciaba del de los itucitanos? ¿Y el de Escipión el Africano sería diferente tantos años antes del de Cesar?
No deben criticar mis paisanos el que mire a Torreparedones con los ojos de la fantasía ni que imagine la terma, templo, curia, foro vivo,tabernas, macellum, estatuas de nobles gestos y palabras de paz y justicia, dialectos conocidos y voces estentóreas. Que imagine legionarios fornidos, oscuros de piel, de rostros duros, hombros anchos, paso lento y pesado voceando lenguaje castrense, tremendos en las batallas.
Y,luego, tras la victoria ,vea a esos legionarios colonizar el valle del Salsum, haciendo surcos e hileras de viñas, vendimiar,discutir sobre climas y vientos, amontonar trigo en los silos y recoger aceitunas porque antes de legionarios ya eran campesinos.
Hoy día -me dije- nosotros somos aquellos itucitanos, convertidos en baenenses y en la Tercia huele a fragmentos de aquella época y se contemplan estatuas que se esculpieron en aquel otero. Baena, mi pueblo, se siente orgullosa del Foro, Curia, Templo Terma, columnas, arcos que se insinúan de preciosos mármoles, osamenta de Ituci Virtus Julia.
Sentado en el otero de Torreparedones observo y fantaseo con sus casas en cuyas ventanas se asoman cabezas de itucitanos, adornadas de tiestos de terracota, coloreados de flores recién regadas con agua de la Fuente Romana. Los veo a sus vecinos aglomerados en el Foro,caldeados por este sol que me quema y a algunos buscando las sombras de los arcos del templo.
Torreparedones es lugar de meditación porque Roma aquí se va haciendo cada día cuerpo vivo en tanto yo disfruto de la inmensa quietud que imponen las figuras esculpidas en el foro y gastadas por el tiempo.

(*) Hijo Predilecto de Baena.

Fotografía: Manuel Priego Rodríguez.

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