CHIQUILLOS EN BAENA

Allá por los años cuarenta del pasado siglo nuestros padres no se ocupaban de organizar el catecismo, ni la fiesta escolar ni encontrar padres voluntarios para acompañar a los niños al campo de fútbol ni a la piscina, que no existía, ni a la fiesta de la lechuga en el arroyo Marbella.

Las distracciones y juegos los organizábamos nosotros mismos bien en las calles Llana y San Bartolomé bien en el anticipo plano de la Plaza Vieja, hoy de Valverde Perales. Había madres virtuosas y no gazmoñas que nos observaban durante nuestros juegos y que no organizaban cruzada alguna a favor de sus respectivos hijos como sucede hoy día. En nuestro barrio no había padres meapilas, que a veces nos comprendían y a veces nos condenaban dependiendo de nuestro comportamiento en el juego. Nos peleábamos pero rápidamente enterrábamos el hacha de guerra y aplicábamos aquel principio de que de nada sirve rezar si no se hacían las paces con el prójimo.

En Baena, en los años cuarenta, yo no he jugado a la “manga riega que aquí no llega” pero sí he jugado a “tapar la calle que no pase nadie, que pase mi abuelo comiendo ciruelos”.

Jugábamos a Piola y algunas veces me correspondió hacer el papel de “burro” y otras de saltador y a “rosquillas y panetes” y pocas veces participé formando la reata de burros en el salto “turrón”. Recuerdo que tenía un amigo excelente jugando a “bolazo y cuarta” y otro al Tótile, palito que lazábamos tras golpearlo con la billalda en la calle Llana en su enlace con la de San Bartolomé. Yo lo he jugado con nueve y diez años y disfrutaba como el enano saltarín. Hoy todavía se ven niños tirando los “trompos”, ahora llamada peonza, pero veo pocos niños de ambos sexos jugar al corro, de cuya versión más atractiva yo prefería la “la flor de romero” porque podía formar pareja con una niña y siendo preadolescente me impresionaba el torrente de supuestos del “donde están las llaves” con su “matarile, rile, ron”.
El suspense se mantenía en el juego de “majuletas lanzadas con canuto” y más angustioso era el de “Frío, Frío, Caliente, Caliente”. Había amigos seguros de sí mismos en la búsqueda del objeto escondido y recuerdo alguna niña en el juego del corro, a mis doce años, enternecida y conmovida cuando la sacaba a bailar al centro empedrado frente al paredón que había al inicio de la Puerta Córdoba al final de la calle San Bartolomé, frente a mi casa. En aquel juego de corro se vislumbraba el misterio de una posible pareja.

Escribo estas líneas al terminar de leer el libro “Juegos tradicionales de los chiquillos y chiquillas de Baena”, editado por Diputación Provincial de Córdoba, delegación de Cultura del Ayuntamiento de Baena y Baena Cultura, que me acaba de dedicar Rafael Ruiz Arjona, de mi misma edad, coautor de este maravilloso catálogo, bien sistematizado, y excelentemente ilustrado. Felicito a los autores y a las instituciones que lo han editado.

Rafael Ruiz Arjona a sus setenta y ocho años de edad ha disfrutado de la plenitud que representa ver su proyecto cumplido y editado por el Ayuntamiento de Baena. Ha conseguido, al enviarme este libro, que yo establezca una nueva relación con mi niñez, con aquellos juegos de corro en vísperas de la Candelaria, que formaban parte de mí en un sistema cosmogónico, cerrado, brillante, totalizante. Jugar en Baena con mis amigos y vecinitos era entrar en el Cielo. Aquella feliz niñez es como una crisálida de la que nunca debiera haber salido por su plenitud de felicidad, rodeado de amigos muy majos. Yo no se puede jugar al Tótile ni al corro en calles y plazas de mi pueblo porque se corre el riesgo de salir trompicado por moto y no por burro y traumatizado por un loco automovilista.

La calle era nuestra; ahora ni siquiera es del peatón.

José Javier Rodríguez Alcaide
Hijo Predilecto de Baena

Chiquillos en Baena

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