RELATO. UNA ESTRELLA DE ESPERANZA, de Rodríguez Alcaide (*)

Todas las ventanas de la vivienda estaban cerradas desde las de la escuela a las de la casa. Sin embargo, la casa vive; el silencio es completo. Las señoras de la casa no abren los postigos ni para vigilar lo que ocurre en la Plaza Vieja, pero se adivina tras los visillos la luz que circula en el dormitorio. La casa está animada con una vida extraña. Allí están la abuela, las dos hermanas y el hermano que había llegado del frente de Peñarroya; asustados desde el 14 de Abril de 1937. La ventana de la salita, que da a la calle, se apaga de modo que la casa, de golpe, otra vez, queda en la sombra. Tienen miedo estas tres mujeres de oír el rumbo esponjoso de pasos y de que repiquetee el llamador de la puerta. Alguien viene; se detiene delante de la puerta pero no llama; es una silueta de un desconocido que tiene la viscosidad de la noche. Tienen miedo de que ese alguien sepa que allí se refugia el hermano a quien, en pleno servicio militar, le cogió el 18 de Julio de 1936 en lo que se denominaba zona republicana. El marido de una de ellas, la maestra, está movilizado en el Cuartel de Artillería 42 de Córdoba, a sus 26 años de edad.
La sombra del vigilante se desliza a lo largo de la fachada de la casa de la maestra de escuela; se acerca; se detiene, pero no llama. Las tres mujeres suspenden su respiración y al hermano le zumban las sienes. Por fin la silueta se marcha al constatar que nadie está en esa casa. Todas ellas vuelven a respirar con tranquilidad y el hombre enciende un cigarrillo y la punta dorada lanzaba la ambiente una estrella de esperanza.
Todo ello ocurrió en 1937 cuando aún yo no había sido concebido. El que estaba en Córdoba, movilizado como artillero, era mi padre; quien había huido a Peñarroya y escondido en Baena era mi tío Arturo; las tres mujeres eran mi madre, la maestra, mi tía y mi abuela materna. Se habían todos refugiado en Baena, huyendo; las mujeres, desde Obejo, y asustadas porque a mi abuelo José, el médico, el 14 de Abril de ese año, 1937, fue condenado a muerte en Ronda, por masón, anticlerical y revolucionario y ejecutado. El panorama no era nada bueno y, a pesar de todo, en un permiso de mi padre, yo fui concebido a principios de Julio de 1937. Este embarazo permitió a mi padre dejar las posiciones de riesgo en 1938 y residir en Baena a la espera de mi nacimiento.
Este relato también es un recuerdo infantil de cómo mi madre me relató aquella terrible situación de guerra civil en Baena; siendo maduro, pude entender que la vida era más fuerte que el miedo y la muerte. De no ser por esa fuerza yo no hubiera nacido porque muy cerca de mí, estando en el vientre de mi madre, se bombardeó la cárcel en Enero de 1938 y estallaron los cristales de la escuela que estaba aneja a su casa.
Dicen que murió alguien en la calle Rosales. Yo solo sé que vivo y que disfruté de una infancia feliz en mi pueblo hasta que en 1950 se trasladara mi familia a Córdoba y que tuve la suerte de no tener conciencia de aquella guerra fratricida en mi querido pueblo.

(*) José Javier Rodríguez Alcaide es catedrático emérito de la Universidad de Córdoba e Hijo Predilecto de Baena.

NOTA: La fotografía corresponde a la Plaza de la Constitución, en una imagen publicada en 1935 por el periódico ‘Nuevas’.

Paseo antiguo

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