LA GUERRA HA TERMINADO, relato de J.J. Rodríguez Alcaide (*)

Todas las casas lo supieron al mismo tiempo, porque casi todas las casas escuchaban la radio: La guerra había terminado; yo acababa de cumplir un año. Mis padres miraron la radio con incredulidad; la radio en esos días era esa maravillosa invención que anunciaba el fin de la guerra. Las manos de mi padre manoseaban los botones de su chaqueta con la esperanza de volver a oír aquel parte de guerra; el último, por fin. Empezaba una nueva Baena o mejor una Baena muy anterior a la terrible tragedia.
Empezaba el día después, en el que todos los vecinos de Baena deberían hacer examen de conciencia al tiempo que empezarían a suceder cosas inquietantes. Era tiempo de primavera y comenzaba un periodo de represión. Yo había iniciado mi andar a los doce meses de edad y el pueblo estaba en vacaciones de Semana Santa. El martes de resurrección mis padres, maestros, volvieron a la escuela; ya no tendrían que preocuparse de qué clase de bandera deberían izar. Y la iglesia, los domingos volvía a llenarse, quizás con esperanza y por precaución. Todos los grandes propietarios se hicieron en el atrio presentes. Entonaron ¡Gloria in excelsis Deo!
Desde esa fecha algunos baenenses hubieron de estar escondidos; en las montañas de la subbética en lugar de en el desván; la cárcel no era más ancha que el desván y en éste no corre el aire que vibra en la montaña. Algunos vivieron ocultos hasta 1946; otros no pudieron ocultarse y fueron apresados. Muchos residentes de Baena trataron de no ser vistos por los convecinos tanto si se trataba de comer como de escuchar la radio; por eso se fueron a la montaña; para no tener que tratar de contener la respiración; otros intentaron disfrazar la identidad y la edad. Los que perdieron la guerra volvieron a la edad del miedo porque escondido no se puede vivir feliz, sino vivir sencillamente a secas. Se escondieron por miedo a su propia vida anterior, complicada por el desprecio por la vida de los demás.
Baena estuvo corrompida por el miedo desde enero de 1936; y siguió para algunos el miedo hasta 1946; miedo a morir de hambre, miedo a ser encarcelado y suprimido. Fue un tiempo en que la gente se espiaba, se buscaba, se atacaba; tiempo de chismes, de desaprobaciones, de inscripciones en las paredes; de saqueos. Tiempo de postguerra que se vio obligado a la ilegalidad para respetar la legalidad humana. Tras toda guerra siempre hay desbordamiento de odios.
Cerca de mi casa vivía la familia del “Transio”. Fue uno de los baenenses que, según me contaron mis padres, fue ejecutado, entre otros muchos, en junio de 1939, cuando yo apenas contaba quince meses de edad. Según iba creciendo yo miraba con mayor curiosidad aquella casa, porque jamás mis padres me describieron su figura ni la de su madre. Siempre me enseñaron a curarme la enfermedad del odio y a creer en el valor de la honradez, la verdad, de la inteligencia y la belleza, y, sobre todo, en el corazón bueno del ser humano.
Como padres y maestros me enseñaron a poder vivir con la bondad, la belleza y la honradez. Refiero lo que me relataron cuando ya pude entender algo de Baena. Terminada la guerra se desvanecieron los ruidos de las culatas pero no los cuchicheos entre los vecinos; muchas madres, que perdieron a sus hijos en un bando u otro, estaban cansadas de su piedad, en su soledad, de su horizonte. Dejaron de circular por las calles uniformes militares que estuvieron durante años dirigiendo miradas inquisidoras a las ventanas cerradas. Baena, poco a poco, fue recobrando la paz y dejándose de oír suspiros de cansancio. Las escuelas esperaban a sus maestros y las tahonas a los panaderos.

(*) Catedrático Emérito de la Universidad de Córdoba

La guerra ha terminado

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